martes, 4 de agosto de 2009

El virus del color

En el verano de 1998 pasé tres semanas de vacaciones en las islas Seichelles. Volví perfectamente bronceado. Llegó el frío de diciembre y mi piel no se decoloraba; más aún, parecía haberse obscurecido. Los amigos en la fiesta de fin de año no me ahorraron ninguna de las bromas que incluían lámparas solares. Creo que fue en febrero de 1999 cuando me hice pelar como una bola de billar: mis cabellos se habían puesto rebeldes, y el peluquero recomendó el corte para hacerlos crecer nuevamente lacios y sin remolinos. No fue ese el resultado; volvieron a crecer todavía más crespos, en motas apretadas de color negro azabache.

Mi nuevo aspecto tuvo consecuencias sexuales inesperadas. Una renovación de interés por parte de mi novia, de mis compañeras de trabajo y hasta de completas desconocidas. Ellas, como mis amigos, estaban convencidas de que yo, sin reconocerlo públicamente, me había sometido a un tratamiento estético particular. Varios conocidos me pidieron la dirección de mi estetista, y se resintieron cuando respondí que no lo tenía.

Poco duró este período de exaltación de mi vanidad. En abril tuve una fuerte conjuntivitis, de la que salí con los ojos de un intenso y puro color negro. Fue como un click en mi vida; todos comenzaron a mirarme con preocupación. Mi novia y mis amigos me pidieron que abandonara el tratamiento estético. Juré y aseguré que no existía, y fue peor porque corrió la voz de que era víctima de una rara enfermedad tropical. Todo el mundo se alejó de mí temiendo el contagio.

Como para confirmar las voces, en mayo tuve una especie de fuerte gripe, en la que se me hinchó la cara. Cuando me bajó la fiebre no pude creer lo que veía en el espejo: la nariz había quedado más ancha y menos larga, los labios se habían engrosado, y los huesos de los pómulos habían cambiado ligeramente de posición. La imagen reflejada no era la mía, sino la de un joven africano.

«Ya se que estás enfermo», me dijo mi novia; «pero yo no puedo hacer nada para ayudarte. Lo que tienes puede ser genético, una de esas enfermedades que se trasmiten a los hijos. Yo no quiero hijos mulatos. Es mejor si no nos vemos por un tiempo, mientras te haces examinar por un especialista». No la volví a ver, ni respondió más a mis llamados y esemeses. Fuí a tres especialistas diversos, que dictaminaron que mi salud era perfecta.

Dos de ellos se rieron hasta las lágrimas cuando les dije que un año antes tenía cabellos castaño claro, ojos azules, piel y fisionomía propias del italiano padano. El tercero me recomendó un psiquíatra.

En abril, antes de los acontecimientos que narré, me había llegado una carta que me comunicaba que había sido excluído de la Ronda Padana, y que mi inscripción a la Liga Norte quedaba suspendida hasta que mi salud mejorara. El responsable local de ambas instituciones es Giorgio, mi amigo más querido desde los años del Liceo. Cuando le pedí explicaciones me respondió que los vecinos no se sentirían tranquilos si en la ronda que debía defenderlos de los inmigrantes aparecía un negro armado con un palo de béisbol.

Durante el mes de mayo, como he dicho, estuve enfermo, y por lo tanto ausente de mi trabajo. Volví los primeros días de junio. Me comporté como lo hacía habitualmente. Entré, hice un saludo distraído y me senté frente a mi computadora. Una hora más tarde llegó el patrón, habló brevemente con algunos colegas, y se vino con paso decidido a mi puesto de trabajo. Sin decir una palabra se puso a examinar el programita en C++ en el que estaba trabajando. Afirmó satisfecho con la cabeza y me dijo seco: «Quién es usted». «Soy Gianpiero Bianchi», le respondí con un hilo de voz. «Bianchi está enfermo», dijo, «y no me parece una broma de buen gusto que usted trate de hacerse pasar por él. Si quería trabajar, y sabe hacerlo, como parece, podía hablar directamente conmigo. Preséntese con sus papeles y a lo mejor lo tomo. Me hace falta gente que programe en ceplusplus.»

«Pero es que mis papeles… », balbuceé. «Clandestino, eh. No se preocupe, si ese es su problema puedo pagarle por hora, en negro. Sin alusiones personales, claro», agregó riéndose entre dientes. Se estaba yendo cuando agregó: «No se qué le habrá dicho el Bianchi, pero no pretenderá que le pague como a un regular…».

Dos días más tarde vino al ataque el propietario de la casa que alquilo. «No se qué relación tiene usted con Bianchi», –me dijo- «pero no puede seguir viviendo aquí. Los vecinos se quejan, y el valor de la propiedad disminuye». «No, esto es demasiado», –respondí- «soy Bianchi, tengo un contrato regular y no me voy a ir de mi casa. ¿Quiere ver mis documentos?». No se tomó el trabajo de mirarlos, por suerte, ya que la foto era claramente distinta de mi aspecto. «Bianchi o Rossi, para mí es igual», gruñó. «Aquí no quiero negros. Si no se va solo lo va a lamentar, tengo buenos amigos en la Questura».

Llamé una empresa de mudanzas, y dejé mis muebles en su depósito. Esa noche dormí en el automóvil, y me desperté entumecido. El día siguiente pedí permiso en el trabajo y me recorrí las agencias inmobiliarias. Todas respondieron al teléfono que tenían varios departamentos en alquiler, y todas habían conseguido milagrosamente alquilarlos a otros cuando me presentaba físicamente.

En la puerta de la última agencia encontré un congolés tan deprimido como yo. «¿No hay casa, hermano?», me preguntó. Un par de meses antes mi única respuesta hubiera sido una mirada de desprecio. Pero había empezado a entender un poco de colores.
«Nada», contesté; «estos tienen departamentos solamente por teléfono…» «Si no les dices de qué color eres», completó él riendo. «¿De dónde vienes?», me preguntó. «No me vas a creer, pero soy italiano.» «Te creo, sé que hay italianos de piel negra, y que no la pasan muy bien. Pero si tienes un apellido italiano puedes dar un poder a alguien, que alquile en tu nombre. Cuando apareces físicamente no pueden hacer nada, porque el contrato está firmado, salvo tratar de echarte con pretextos, claro.»

Mi nuevo amigo tenía un nombre impronunciable en italiano, me explicó, razón por la cual se hacía llamar Tom. Tenía una cara honesta, y yo necesitaba hablar con alguien. Le conté toda la historia. «Feo asunto», me dijo cuando terminé. «No puedes demostrar quien eres, y por lo tanto no puedes usar tus documentos. Y aunque te alquilen, cómo haces para firmar el contrato. Si te cruza un policía por la calle estás listo, creerá que eres un clandestino y que los documentos italianos los robaste.» Venite a dormir a mi casa, y mañana se nos ocurrirà algo. Fui a su casa, un par de piezas en ruinas sin calefacción ni agua corriente, aisladas en medio del campo, que compartía con otros ocho trabajadores inmigrados. Me hicieron lugar en su mesa, comimos y después charlamos y reímos un poco. Quedé sorprendido; hablamos de fútbol, de mujeres, del trabajo y de lo que se ve en televisión, ni más ni menos que con mis viejos amigos liguistas. De vez en cuando aparecía en la conversación una palabra o una frase en dialecto. Si uno no se fijaba en la tonada ni en el aspecto físico parecían jóvenes padanos.

Debo aclararles que yo era liguista, pero no estúpido; sabía bien que los inmigrantes eran personas normales, y no los diablos que presentaba nuestra propaganda; pero así es la política; ¿o ustedes creen que los burgueses eran como los pintaban los comunistas?. Lo que me sorprendía en estos inmigrantes de carne y hueso era su falta de diversidad: nada de extraños rituales, ni de costumbres tribales. Soñaban los mismos autos, usaban los mismos móviles, y zapatos, y camperas de plástica, y estéreos. Iban a las mismas discotecas, con las mismas músicas y hasta con las mismas chicas.

Quiero decir, no es que no fueran distintos, es que eran menos distintos de los italianos de lo que los italianos son entre sí. Entendí que la multiculturalidad no la trajeron los inmigrantes, que la teníamos ya puesta, y que no nos la podíamos sacar sin arrancarnos la piel.

La mañana siguiente, antes de ir al trabajo, volví a hablar con Tom de mi problema. «Antes que nada», me dijo, «tienes que tratar de demostrar tu identidad. Búscate un buen abogado, te harán falta testigos, tu chica, los amigos, tu familia. Hazte hacer un certificado médico, o algo así. Después vemos.»

Fuí a ver un abogado que conocía de la Liga, y fué un desastre. «¿Usted es amigo de Gianpiero? », me preguntó mirándome sorprendido. «No, yo soy Gianpiero, déjame que te explique», respondí. El abogado apretó tres veces un botón en el borde del escritorio y me dijo : «Mi secretaria ha llamado ya la policía. Le aconsejo que se vaya inmediatamente.» Terminé consultando un abogado del sindicato, yo que odiaba a esos comunistas.

Spataro, el abogado sindical, encontró mi historia muy divertida. Le pregunté si me creía. «No entendiste», me contestó. «La verdad y la justicia no son asunto de abogados, a lo mejor no son asunto de simples mortales. No importa si te creo o no. Te defenderé, si puedo, con las leyes que hay y con mi poca o mucha experiencia. El resto es aire frito.»

Los testigos me fallaron casi de inmediato. Mi ex-novia seguía sin responderme. Spataro consiguió hablar con ella, pero su respuesta me quitó cualquier esperanza. Se negó de plano a declarar en el Tribunal. Amenazada con la convocación coercitiva, contestó que era mejor que no hiciéramos la prueba, porque entonces ella habría declarado que no sabía si la historia de la enfermedad era o no cierta, y que por lo que podía saber yo era ahora una persona distinta.

Mis ex-amigos respondieron que no podían afirmar bajo juramento que no hubiera habido un cambio de persona en algún momento. Me decidí a ir a ver a mi madre, titular de la finca de familia después de la muerte de papá. Fué algo penoso. Se puso a gritar en la puerta de casa que era típico de Gianpiero mandar un extracomunitario a hablar en su nombre, en vez de visitar a su madre, como todo buen hijo debe hacer. Comprendí que el instinto materno no existe.

Yo no tenía precedentes policiales, por lo que nunca me habían tomado las impresiones digitales. Mi dentadura fue siempre perfecta. Me quedaba solamente el examen grafológico; Spataro, prudentemente, quiso hacerlo hacer antes en forma privada a un experto calificado. Hacía falta un texto manuscrito por mí antes de los hechos, cuya fecha y la identidad de su autor pudieran ser probadas legalmente. Yo trabajo con la computadora, y no hago casi nunca cartas manuscritas, menos todavía si dirigidas a instancias oficiales. Spataro encontró una carta que había enviado al fisco cuatro años antes. El resultado de la prueba fue negativo. Puede ser que en cuatro años mi grafía se hubiera modificado; a lo mejor mi enfermedad había alterado levemente la forma de mi mano o de mis dedos.

Spataro reaccionó con calma. «Señor Bianchi», me dijo, «todavía no se si usted es un italiano muy desafortunado o un inmigrante clandestino que intenta una insólita técnica para hacerse legalizar. En un caso o en el otro tengo que decirle lo mismo: no hay modo de demostrar legalmente su identidad. No tiene testigos, ni certificado médico, ni prueba grafológica. Tendrá que resignarse.»

Tom y los demás muchachos me abrazaron muy solidarios, salvo Ahmed que me dijo en la cara que yo era probablemente un clandestino un poco tonto que trataba de hacerse el vivo, inmediatamente reprendido por los otros. La salida de Ahmed, que estaba algo borracho y que después me pidió disculpas en su estilo (“debe ser cierto lo que dices, para hacerse pasar por un italiano con la cara que tienes no basta con ser tonto, hay que ser loco como un caballo”) hizo venir una idea sensacional a Tom.
«¿Y si te comportaras de verdad como un clandestino que no tiene ningún documento?». «Y qué tendría que hacer, ¿vivir como un agente secreto?», respondí. «Pero no, qué entendiste, tienes un trabajo, algo de dinero en el banco, y nosotros que somos tus amigos. Puedes comprarte una identidad.» En el banco tenía unos 15 mil euros; tardé casi tres meses en vaciar la cuenta por medio de la tarjeta Bancomat. El auto lo abandoné, y quemé los documentos de ‘Bianchi’.

Los muchachos encontraron un inmigrante ecuatoriano que volvía a su país. También en Ecuador, en la costa del Pacífico, hay personas de piel negra. Compré su pasaporte, permiso de estadía, número fiscal, libreta de trabajo y hasta la tarjeta de crédito y el carnet de conductor por cincomil euros. Desde entonces soy Serafino González, nacido en Esmeraldas, Ecuador, hijo de don Anastasio González, pescador, y de doña Hermenegilda Biché, los dos de pura raza afroamericana.

Hice un cursito de castellano en la asociación Italia-Cuba, y empecé a viajar al menos una vez al año a Colombia, para practicar la lengua y también por gusto. Obviamente evito Ecuador, donde vive el verdadero Serafino, a quien siempre agradeceré. Mi vida en la Padania ha tomado un ritmo satisfactorio. Compré un nuevo automóvil, con mi ‘verdadero’ nombre. Conseguí alquilar a un precio escandalosamente alto un departamento con los tres inmigrantes más amigos, incluso obviamente el astuto Tom.

Confesé la ‘verdad’ a mi patrón, y él me tomó con contrato regular. «Eres mejor que Bianchi», me dijo; «en la empresa necesitamos gente como tu, que trabaja duro y no tiene la cabeza en las nubes. Claro que no te daría mi hija en matrimonio, pero de cualquier manera es fea y mala, no te gustaría.» Algunos días después lo vi en la manifestación contra la construcción de la mezquita en la ciudad. Todos tenemos temas en los que no estamos de acuerdo con nosotros mismos.

Me incluyo, por cierto. Soy todavía liguista, creo que la Padania tendría que ser independiente, que los del sur nos chupan la sangre. Pero aunque pudiera no votaría la Liga Norte; el racismo y la xenofobia me parecen, después de mi experiencia, meras burradas. Los extranjeros son riqueza, oponerse a su entrada es como escupir para arriba. Tener una pequeña patria llena de viejos y con las fábricas cerradas por falta de obreros me parece una conquista de retardados mentales. De cualquier manera, paso de política. Ahora trabajo, voy a bailar con mis nuevos amigos, me inscribí en la Universidad como externo y vuelvo todos los años a Colombia. En Cali conocí una chica dulce como ninguna. Al final resultará que me caso y hago la reunificación familiar como un buen inmigrante extracomunitario que soy.

Ayer leí en el diario que las Seichelles volvieron de moda, y que este verano pasaron allá las vacaciones el secretario de partido **, los diputados **, ** y **, los alcaldes ** y **, el famoso periodista ** y el politólogo **. La noticia me causó una hilaridad salvaje. ¿A que el virus del color ataca de nuevo?

Miguel Angel García

Nota: escribí este cuentito en lengua italiana, algunos años atrás, y recibí con él el premio de la provincia de Mántova para escritores extranjeros en italiano. Fue publicado por la editorial Eks&Tra. Habrán observado que me traduje a un castellano algo españolizante; es que no me suena a castellano argentino, que sería mi lengua propia.

jueves, 25 de junio de 2009

Testimonios y testimoniales

El argentino Hernán Casciari, colaborador de El País y buen escritor, cuenta en La Nación del 21 de junio lo mucho que atribuló para explicar a un amigo “europeo” qué son las “candidaturas testimoniales”. Supongo que se trata de un amigo español. A no muchos kilómetros de Barcelona, en Italia, las “candidaturas testimoniales” son moneda corriente.

España e Italia son países europeos a pleno título, creo; hasta no hace mucho había quien decía que Europa empezaba en los Pirineos; ¿no será que ahora hay quien afirma que termina en los Alpes?. Generalizar a partir de un caso es siempre un error, pero nunca tanto como cuando se define la europeidad.


Precisamente mientras Casciari enviaba su colaboración yo iba a votar en el referendum italiano, donde entre otras cosas me preguntaban si quiero abrogar la norma que permite “essere candidati e quindi eletti in più di una circoscrizione e poi optare in quale di queste ultime cedere il posto ai non eletti” (ser candidatos y por lo tanto elegidos en más de una circunscripción y después optar en cuál de éstas ceder el puesto a los no elegidos). O sea nada más y nada menos que la práctica exótica de los indios de la república del sur, el voto a candidatos testimoniales.
Desgraciadamente es más que probable que el referendum pierda por abrumadora falta de quorum. La escuela en la que voté estaba completamente vacía, y algo muy parecido pasó en todos lados. La cuestión, que apasiona solo a los políticos de los distintos bandos, deja completamente fríos a los electores. ¿Les gusta ser timados? (estafados, en argentino).

No, no les gusta. Pero hace tiempo que pueden (podemos) hacer muy poco frente a una política trasformada en gran empresa, con ingentes inversiones de capital y campañas publicitarias ultramasivas. Las candidaturas testimoniales son solo uno de los mecanismos menores de control; también hay listas sábana decididas a dedo por los jefes, partidos inventados para canalizar votos o para engañar a los votantes adversos, “pianistas” (como les dicen en Italia a los diputados que votan por sí y por varios ausentes) y muchas otros dispositivos destinados a blindar el poder de los políticos poderosos. Esto ocurre en toda Europa (y en Estados Unidos, y en Japón), y no solo en Italia; difieren los mecanismos, no la dirección general.

Casciari, por su apellido, debe ser de origen italiano, yo soy de origen español; pero él vive en España, e ignora lo que pasa en Italia, y yo me temo que, viviendo en Italia, mi información española tenga no menos huecos. Los argentinos de Argentina están todavía peor: según parece creen que las cosas malas pasan solamente allá en el Atlántico sur. En estos tiempos de instrumentos informativos potentísimos todos parecemos aislados en islas remotas, esperando en vano el galeón con la correspondencia para saber lo que pasa en el mundo.

lunes, 1 de junio de 2009

El nacimiento de los ñoquis

¿Qué comían los italianos antes del descubrimiento de América? La pizza y los espaguetis, la lasaña y los ravioles son inimaginables sin tomate; la polenta sin el maíz parece imposible, y lo mismo puede decirse de los ñoquis sin las papas. Y sin embargo se las arreglaban: no hay como el hambre para desarrollar la creatividad de los pueblos. Los italianos de clase popular (los ricos “preferían” las carnes) eran comedores de harinas, o mejor dicho de sémolas, de harinas poco refinadas. En plural, porque además del trigo usaban el centeno, la cebada, el farro, el mijo, el garbanzo como los mediorientales, la castaña y varios otros vegetales, en tiempos de carestía mezclados con ceniza o con crusca, para engañar el estómago.


Los súbditos pobres del romano imperio se conformaban con una sopita de sémola, más o menos aguada, a la que le daban sabor agregándole “garum”, una salsa obtenida de la maceración de intestinos de pescado que los arqueólogos no han podido recrear; para evitar equívocos anticipo que, aunque lo hagan, me negaré a probarla.

En la alta edad media en Italia se comía sobre todo “polenta”, la que no era obviamente de maíz, entonces desconocido en Europa, sino de... las mismas sémolas de la sopita romana, aunque por suerte sin el garum. El trabajo de preparación era mayor, había que revolver y revolver para evitar que se quemara, pero el resultado era sin duda más alimenticio. La polenta se saborizaba con una variedad de salsas, hechas con lo que la nobleza permitía consumir al vulgo: el líquido en el que se habían hervido las carnes (presumiblemente destinadas a cocinas más pudientes) reducido y concentrado; hierbas recogidas en los prados, hongos y espárragos silvestres de los bosques; frutas secas, aceitunas y pasas de uva; carnes de menor valor. Otra variante consistía en enfriar la polenta sobre superficies de madera o mármol, después cortarla en bastones y freírla en aceite.

Es ya un plato moderno: he podido gustarlo en el Friuli y la Venezia Giulia, en el alto bergamasco y en la baja padana, con harinas de trigo y salsas de tradición milenaria. En el pueblo en que vivo algunas familias lo hacen todavía con “asinello”, o sea con carne de burro. Esta comarca, al pie de los Apeninos, criaba burros de carga, para la travesía entre Bolonia y Florencia, y se comía los que sobraban, supongo.

El paladar medieval, siempre más refinado a medida que se desarrollaban las autonomías comunales, no tardó en descubrir que el secreto estaba en la relación íntima entre la sémola y la salsa. Algún cocinero genial tuvo la idea de amasar choricitos de harina y agua, y de cortarlos en segmentos. Estas pequeñas piezas de harina se cocinaban más rápido, y “agarraban” mucho mejor la salsa. Habían nacido los ñoquis.


Los ñoquis (gnocchi es el plural, la “gn” se pronuncia “ñ” y la “ch” se pronuncia “qu”; el redoble de la c vuelve más marcado el sonido; gnocco es el singular; “gnocca” es como decir “mina”, aunque viene de la denominación vulgar del órgano sexual femenino) a partir de la forma primigenia se desarrollaron como conchillitas, mediante la presión de un tenedor, como cubos (en la versión aún en uso en Austria y en Ucraina) y como redondeles, típicos de la ciudad de Roma. Se unieron con nuevas salsas: los “pestos”, o sea ingredientes “pestati” (pisados) en un mortero; las “agliate”, o sea salsas concentradas de ajo; las cremas de queso, y los quesos estacionados rallados. Como se ve los ñoquis, sin dejar de ser populares, transitaban hacia una clase media que cuidaba mucho más la profesionalidad del resultado.

Los ñoquis fueron la encrucijada decisiva en la larga marcha de los italianos hacia la pasta. En tiempos de Boccaccio se llamaban maccheroni, pero eran siempre ñoquis de sémola, enriquecidos con queso rallado. Bartolomeo Scappi, que trabajaba en las cocinas del Vaticano, recuerda “questi maccaroni, detti gnocchi, fatti con fiore di farina, mollica di pane e acqua bollente... coperti di agliata” (estos macheroni, llamados ñoquis, hechos con flor de harina, miga de pan y agua hirviente... cubiertos de salsa de ajo). Estamos ya en la “pasta corta”, de la que descienden las “trenette” genovesas con las que se debe probar el pesto y los macarones con verduras y pescado que aprecian en Calabria y Puglia. Y a un paso de la “pasta lunga”: en su variante piemontesa del tallarín (tajarin) de harina y huevo, y en su variante napolitana del “spaghetto”, la pasta asciuta (seca) árabe.


Mientras tanto se descubrió América... y en la gastronomía italiana no pasó nada. Para el maíz hubo que esperar el 1700, para la papa el 1750, y ¡para el tomate la primera mitad del siglo XIX! Los países sudamericanos eran ya independientes cuando la polenta encontró la sémola de maíz, los ñoquis encontraron la papa y las salsas encontraron el tomate. En el ochocientos fue una marcha triunfal: nacía la cocina italiana.

miércoles, 6 de mayo de 2009

70

Hace unos días celebré con algunos de mis amigos mi cumpleaños número 70. Nací en 1939, año negro si los hubo. En enero los franquistas tomaron Barcelona y la Italia fascista se anexó Libia, después de una feroz masacre. En febrero las tropas japonesas desembarcaron en Hainan, empezando la sangrienta campaaña de exterminio en China, se volvió masiva la fuga de republicanos españoles hacia Francia, y el gobierno “democrático” checo expulsó los judíos extranjeros (léase alemanes) hacia Alemania.

No le sirvió de mucho: en marzo los nazis invadieron Checoeslovaquia y ocuparon Bohemia y Moravia. En Eslovaquia el obispo católico Joseph Tiso asumió como presidente, con el nazi Vojtech Tuka como primer ministro; iniciaron las persecuciones y asesinatos. Tropas alemanas ocuparon parte de Lituania. En España cayó Madrid en poder de los franquistas, a lo que siguió un orgía de sangre.
En abril empezó la dictadura franquista, mientras arreciaban los asesinatos de masa y tomaban el camino del exilio centenares de miles de españoles. Mussolini invadió Albania, y el partido fascista Guardia de Hierro de Ion Antonescu crecía en Rumania, sin hacer misterio de su intención: terminar con el parlamento y la democracia, cosa que consiguió el año siguiente.

En mayo se firmó con gran pompa el “Pacto de Acero” entre Alemania e Italia, al que se agregaron sucesivamente varios gobiernos cato-fascistas, autoritarios y anticomunistas del este de Europa. Fue entonces que, sin saber lo que hacía, nací yo en un lejano país neutral del culo del mundo, Argentina. Tres angustiosos meses más tarde Alemania invadía Polonia, y arrancaba oficialmente la segunda guerra mundial.
La matanza, el horror y la infamia alcanzaron cumbres siempre más altas en los años sucesivos, mientras lejos del matadero yo aprendía a caminar, a destruir objetos pequeños y por fin a hablar hasta por los codos. Uno de mis primeros recuerdos conscientes es el del día en que terminó la guerra europea (porque en el Pacífico seguía, y siguió hasta que la bomba atómica inauguró un nuevo período histórico). El coro de sirenas de los barcos en el puerto, las banderitas argentinas y los distintivos, los vecinos que se abrazaban en la calle, muchos de ellos judíos polacos, republicanos españoles, griegos, yugoeslavos y tanta otra humanidad sobreviviente.

Fui enterándome de lo que había pasado realmente poco a poco, durante diez o quince años de lecturas. Para mi generación el día de la victoria fue un punto final sobre la desdichada primera mitad del siglo XX. Nos costó mucho redescubrir las revoluciones europeas, sus derrotas, el ascenso de la marea negra y su abominable caída. Nuestros mayores habían cerrado la bolsa de los recuerdos, como si el día de la victoria hubiera sido el día del olvido. Así nos abandonaron a nuestros propios sueños y pesadillas, que eran distintos de los de ellos. La revolución cubana y la descolonización afroasiática, la permanente amenaza de la guerra atómica, el espíritu libertario de los años 60, la cultura norteamericana y la guerra de Vietnam, el redescubrimiento de un marxismo teñido de sicoanálisis, de tercermundismo y de escuela de Frankfurt.

Cuando, a través de los libros, supimos del monstruoso plan de exterminio del pueblo judío, de los campos de concentración y sus hornos infames, del asesinato organizado de comunistas, socialistas, anarquistas, gitanos, homosexuales y una larga lista de indeseados, todo ello nos parecía irrevocablemente pasado.

Casi cuatro décadas tuvieron que pasar para que aprendiéramos que la política del exterminio de masa seguía siendo posible, y en esa América del Sur que la guerra mundial había salteado. Me hicieron falta otros treinta años para descubrir que el odio racial, el odio implacable al extranjero y al diverso, puede renacer de sus cenizas y sembrar una Europa culta, rica y olvidadiza de campos de internación y de medidas discriminatorias para los “delincuentes” que pretenden migrar a un país distinto.

miércoles, 22 de abril de 2009

Homenaje al amigo Helios Prieto

Ha fallecido en Barcelona mi amigo Helios Prieto, después de una corta, pero desgraciadamente infausta enfermedad. La suya fue una vida larga, rica, variada e intensa. No voy a intentar siquiera bosquejar su biografía; espero que se encarguen de ello quienes son más calificados. Mi cultura, como lo era la suya, pende más hacia adelante que hacia atrás. Mi homenaje se reduce a darle la palabra; creo que Helios lo hubiera apreciado.
Miguel Angel García

Helios Prieto (a la izquierda) en 1997,
en los Pirineos catalanes que amaba


Especulando bajo la propaganda de guerra

Helios Prieto, Barcelona, 10 de Junio de 1999

Estas reflexiones sobre la guerra no declarada en Yugoslavia, o de lo que quedaba de ella al comienzo del conflicto, fueron originalmente redactadas para participar en las “Charlas de Café” que se producen en la excelente página web que tiene la Asociación Argentina en Bolonia, Italia. Para quienes quieran visitarla, su dirección electrónica es(1):

Por ese motivo, el lector de “El Rodaballo” reconocerá en ellas un estilo coloquial y encontrará algunas referencias al medio para el cual fueron originalmente escritas, que no he creído conveniente suprimir para su publicación en papel impreso, puesto que tratan de un problema no por lateral poco importante.

Es una gran fortuna tener amigos con los que se comparten puntos de vista en temas complejos. Los argentinos de origen tenemos un problema parecido al que señaló Goethe en carta a su amigo Eckermann, comparando la vida intelectual en ebullición de la corte francesa con el aislamiento de los intelectuales alemanes: “A vos os ha resultado difícil formaros en el campo y todos los demás, en Alemania Central, hemos tenido que trabajar mucho para acumular la escasa sabiduría que tenemos. Pues, en el fondo, llevamos una vida aislada y pobre. Encontramos muy poca cultura en el pueblo y todos nuestros talentos y buenas cabezas están repartidos por toda Alemania. El uno reside en Viena, el otro en Berlín, otro en Könisberg, otro en Bonn o Düsserldorf, todos ellos separados entre sí por 50 o 100 millas, de forma que rara es la vez que se produce un contacto personal o un intercambio personal de ideas.”

Los alemanes de los siglos XVIII y XIX reemplazaron él, en el fondo, insustituible arte de la conversación por el libro. Se educaron – como nosotros, si se exceptúa el breve período en el que tuvimos una buena Universidad (desde 1956 hasta 1966)-, relativamente solos y aislados.
Nosotros, diseminados por todo el mundo, intentamos paliar nuestro inevitable aislamiento con éste café virtual. Pero mucho me temo que es un pobre paliativo, porque entre otros efectos, las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones están cambiando nuestra la noción del tiempo y la manera que tenemos de abordar el conocimiento, en un sentido que nada favorece la consideración de problemas como el que nos ocupa.

Para la resolución de problemas sociales complejos se necesita mucho tiempo, mucha tranquilidad, mucho conocimiento previo y mucha capacidad de discernimiento para tomar distancia de la masa de información que nos proporcionan las fuerzas políticas en pugna con fines propagandísticos, con el fin de valorarla, jerarquizarla y descubrir su conexión con las leyes generales de funcionamiento del objeto social que estamos estudiando.

Si no se procede así, se produce inevitablemente ese efecto señalado por el dicho: “los árboles no dejan ver el bosque”.

Un buen ejemplo de ello es el peso que otorgan la mayor parte de los analistas del conflicto en Yugoslavia al éxodo kosovar. Si hacemos abstracción de las preferencias valorativas y de las emociones (lo que no quiere decir que no sean importantes y que deban ser tenidas en cuenta en el lugar oportuno), es evidente que el éxodo kosovar ha sido destacado como motivo justificador de los bombardeos por la campaña de relaciones públicas y propaganda de la OTAN, pero que no es el motivo o el origen del conflicto. Por el contrario, es evidente para cualquier observador que sea capaz de hacer por un momento aquella abstracción valorativa y emocional, que lo que aparece como causa del conflicto es, en realidad, un efecto del mismo. Los “analistas” que no han tenido en cuenta éste quit pro quo han actuado, voluntaria o involuntariamente, como agentes de propaganda de una de las fuerzas en conflicto, pero en ningún caso pueden pretender que sus “análisis” sean considerados mínimamente objetivos.

Quizás es suficiente éste ejemplo para demostrar como la difusión de la información en tiempo real (las imágenes reiteradas del éxodo kosovar ofrecidas por los medios de comunicación occidentales, son información, puesto que dan noticia de un hecho real, aunque lo descontextualicen y lo utilicen con fines propagandísticos) que posibilitan las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones, lejos de contribuir a la inteligencia del problema forma parte de él. Pero querría señalar un par de cuestiones más que hacen que éste medio que estamos usando no sea el mejor para la consideración del problema que nos ocupa.

Las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones están modificando nuestra noción del tiempo con una velocidad que hasta ahora no había experimentado nuestra especie. Mientras que hace unos pocos años - por ejemplo – nos parecía que el tiempo que empleábamos en obtener una información desplazándonos a la biblioteca central de la ciudad en que vivíamos, buscando los temas y autores en ficheros de papel, cumplimentando impresos una vez habíamos localizado los libros o documentos que buscábamos, esperando a veces media hora hasta que el personal de la biblioteca nos servía lo que habíamos pedido, leyendo y tomando notas manuscritas o copiando citas textuales, etc., nos parecía un tiempo “normal” y difícil de acortar, un precio en tiempo que teníamos que pagar para obtener información o conocimientos; ahora basta que nuestro sistema operativo se “cuelgue” unos segundos o la transmisión de bits a través de la red telefónica funcione un poco más lenta de lo que consideramos “normal”, para que la espera nos parezca excesiva, se nos haga insoportable y, en muchos casos, desistamos de obtener la información que estábamos buscando y pasemos a buscar otras fuentes alternativas “navegando” en la red. El lector de los medios virtuales es más impaciente que el lector tradicional de libros, tiene una tendencia mayor a abandonar el esfuerzo ante las dificultades porque tiene ante sí un abanico mucho más amplio de posibilidades, aunque muchas de ellas no sean verdaderamente posibilidades si no meros sucedáneos. De todos modos espero que los contertulios del Café del Barrio no respondan a este perfil medio del lector virtual y tengan la vieja paciencia necesaria para seguir nuestras reflexiones y debates.(Paciencia que doy por descontada en el sufrido lector de “El Rodaballo”)

He colocado más arriba la palabra “navegando” así, entre comillas, porque me parece que éste término remite a la segunda y última cuestión que quería señalar en relación con las limitaciones propias del medio virtual que estamos utilizando. Se trata de una de esas palabras mediante cuyo empleo, los hablantes o escribientes dicen mucho más de lo que quieren decir. Navegar tiene sentido si el navegante sabe de antemano adónde quiere ir y qué es lo que esta buscando. Es el viejo problema enunciado por Platón en el diálogo con Protágoras(2): se puede comprar información – incluso a los sofistas – si uno conoce lo que quiere, porque si no conoce lo que quiere, uno sólo conseguirá enfermar su espíritu con la información, aunque ésta provenga de mejor fuente que de los sofistas. Por otra parte, el que navega, aún cuando lo haga sabiendo lo que busca, va por la superficie del agua e ignora el mundo de conocimientos que encierran las fosas abisales de los océanos...

Saturado por una información que se dice periodística sobre la guerra en Yugoslavia, pero que, en realidad, no es otra cosa que propaganda de los bandos en guerra, a mí me parece necesario para entender lo que está pasando un enfoque de la evolución de las fuerzas sociales en juego en el largo y en el medio plazo. Por supuesto que no hablo de un enfoque prospectivo, sino histórico, sociogenético; y el largo y medio plazo a considerar abarca para mi la socio génesis milenaria y secular del conflicto.(3)

La consideración de los aspectos actuales y particulares del conflicto no debería hacernos perder de vista para entender las fuerzas sociales que lo rigen, el amplio proceso histórico del que forma parte y del que es un episodio más: el desarrollo de la civilización occidental.

La elección de la palabra “civilización” en lugar de la palabra “cultura” en la frase precedente, viene impuesta también por un proceso histórico que se desarrolló a lo largo del siglo XVIII, durante el cual se contrapusieron el concepto de “cultura” preferido por los intelectuales alemanes y el de “civilización” desarrollado por los franceses que terminó por imponerse para designar un ente real que venía madurando en Europa desde el siglo IX y que precisamente entre los siglos XVI y XVIII traspasó las fronteras europeas para adquirir una dimensión planetaria (desde el “descubrimiento” de América hasta culminar en el colonialismo de los estados capitalistas europeos).

Durante este largo proceso milenario nacieron y se gestaron primero en Europa y luego se difundieron por todo el mundo habitado, los estados que conocemos en la actualidad, el modo de producción industrial, la cultura y la ciencia occidentales y la personalidad de sus sujetos históricos: los hombres y mujeres blancos occidentales, dominantes en el planeta y protagonistas del conflicto que nos ocupa. El conjunto de todos estos factores, imbricados entre sí, constituye la llamada “civilización occidental”.

Durante el largo proceso histórico que abarca desde los siglos IX al XVIII, se constituyeron los estados contemporáneos y la personalidad de los ciudadanos (o súbditos) de esos estados. Este proceso de “construcción de la civilización y de los estados” está muy lejos de haber terminado (quién sabe si terminará alguna vez), por eso es importante entender las leyes más importantes que lo rigieron y que lo rigen.

Durante el siglo IX, comenzó a darse en una Europa en la que la vida en las ciudades de la antigüedad se había reducido hasta casi desaparecer dividida en pequeños feudos dominados por guerreros y por la iglesia, en los que se practicaba una “economía natural”, de auto subsistencia, con muy pocos intercambios con el exterior, un lento proceso de centralización del poder que llevó al cabo de muchos siglos a la constitución de las monarquías absolutas que fueron pre condición de los estados contemporáneos y del surgimiento del modo de producción industrial de fuerte tendencia universalizadora. El proceso de centralización fue lento y dificultoso porque la fuerza centrípeta no existe sin su contraria, la fuerza centrífuga y ambas han luchado entre sí de una manera constante.

Obviamente, por razones de espacio debemos omitir aquí toda descripción de detalle y todo material empírico sobre este proceso milenario. Baste señalar que, en nuestra opinión, a lo largo de todo este proceso terminan prevaleciendo las fuerzas centralizadoras o centrípetas, sobre las fuerzas descentralizadoras o centrífugas y de una manera uniformemente acelerada.
Fueron necesarios entre setecientos y mil años para que se constituyeran los estados absolutistas francés, germánico, inglés y español, centralizando el poder militar y económico que al inicio del proceso se encontraba en manos de miles de señores feudales. Con el desarrollo del modo de producción industrial y el impulso del comercio internacional, bastaron poco más de doscientos años para que éstos estados absolutistas se transformaran en los estados contemporáneos con división de poderes y derechos civilizados para sus ciudadanos y se extendieran como modelo por todo el mundo habitado. Una vez difundidos por todo el planeta los estados modernos y su modo de producción industrial, bastó menos de un siglo para que comenzaran a centralizarse en occidente la fuerza militar de los estados (la OTAN) y a crearse organizaciones de estados que centralizan el poder económico y político (la Unión Europea, el G8 y otras).

Este proceso ha sido desigual en los diferentes territorios. Su desarrollo ha dependido en gran parte de la configuración de las fuerzas sociales que el modelo ha encontrado a medida que se ha ido expandiendo, de la resistencia mayor o menor que le han opuesto esas fuerzas sociales, pero la dirección general del proceso se puede ver con toda claridad: hacia la centralización del monopolio de la fuerza, fiscal y de la emisión de dinero fiduciario en un número cada vez más reducido de estados o de configuraciones estatales.

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Sería un grave error teórico ver este proceso de un modo unilateral, sólo del lado de la fuerza centrípeta. La tendencia es a la prevalencia de la fuerza centrípeta pero ésta no suprime su contraria: la fuerza centrífuga. De modo que la tendencia a la centralización no lleva a la constitución del monopolio militar, fiscal y dinerario en un solo Estado puesto que cada movimiento centralizador prepara y genera su contrario: fuerzas centrífugas que se resisten a la centralización y generan un movimiento de competencia con el poder central (la predominancia de los USA en la OTAN ha bastado para generar la necesidad de una fuerza militar europea, por ejemplo).

A lo largo de este proceso milenario se ha fraguado la personalidad del hombre (y la mujer) blanco occidental. Tampoco podemos aquí describir la psicogénesis de ésta personalidad determinada por las fuerzas sociales que la configuraron. Nos conformaremos con describirla someramente en su estado actual, pero debe tenerse en cuenta que ninguna de las características actuales del hombre (y la mujer) occidentales eran así hace mil años y – muchas de ellas – no lo eran así ni siquiera hace cien años. Todas ellas son producto del proceso civilizatorio.

El resultado es un ser humano con una fuerte represión de sus impulsos agresivos y sexuales; que cree en la igualdad de hombres y mujeres y que, por lo tanto, debe proceder en el cortejo sexual siguiendo normas de conductas consideradas respetuosas para con la libertad de elección del otro sexo; educado para contener la expresión de sus emociones en mayor o menor grado según la clase o grupo social al que pertenezca; que es capaz de sentir empatía por otros seres humanos; que realiza todas sus funciones “naturales” o “animales” según normas culturales internalizadas, cuya transgresión provoca, en la inmensa mayoría de los casos, sentimientos de pudor, rechazo, asco o vergüenza; acostumbrado a respetar una jerarquía social según la cual debe prestarse obediencia a los señalados por el orden social como “superiores” y se debe mandar sobre los señalados como “subalternos”; que acepta el ejercicio de la violencia solamente por los funcionarios del Estado en las condiciones que determina la ley o el gobierno; que considera al dinero como uno de los valores fundamentales junto con otros; que se considera poseedor de un conjunto de derechos entre los cuales considera muy importante el derecho a la propiedad privada de los medios de producción y de consumo; que confía, salvo en períodos de grave crisis en la racionalidad del orden social en el que vive; que ha desarrollado fuertes sentimientos de apego a su “patria” o su “nación” imbricados con sus sentimientos de identidad personal; que cree en una medida mayor o menor, que los sistemas políticos democráticos otorgan algún poder de decisión o de influencia a los ciudadanos individualmente considerados en los asuntos de Estado; que considera al trabajo como un valor hasta el punto en que “trabaja” aunque ello no le sea indispensable para vivir; que se considera parte de una civilización “superior” a la de otros pueblos que no participan en ella; que tiene fe en la razón, en el progreso, en la ciencia y en la tecnología y que, por lo tanto necesita razones para apoyar o justificar acciones violentas emprendidas por su gobierno contra otros pueblos que, sin embargo satisfacen profundamente sus pulsiones instintivas; que entre todos sus sentidos ha desarrollado más el de la vista tendiendo, por lo tanto, a creer inmediatamente en la “verdad” de lo que ve.

Los rasgos generales de esta personalidad se dan en cada caso individual en proporciones y combinaciones diferentes y en muchos casos mezclados con características pertenecientes a etapas anteriores de desarrollo, por ejemplo, con antiguas creencias religiosas.

Una personalidad así, estará siempre inclinada a apoyar las acciones de fuerza que emprendan los gobiernos de su “patria” o de su “nación”, siempre que éstos le ofrezcan razones, especialmente pruebas visuales, de que esas acciones de fuerza están encaminadas a imponer a pueblos, grupos o gobiernos no suficientemente civilizados, los valores de la civilización occidental. Y si éstas razones o pruebas visuales, movilizan los sentimientos de empatía, apego, estima, asco, rechazo o vergüenza socialmente modelados mediante un largo proceso histórico y de educación individual, los ciudadanos del mundo occidental civilizado sentirán como una certeza sensible, incuestionable, la adecuación de las acciones violentas de los funcionarios autorizados para ejecutarlas.

Ésta personalidad occidental civilizada es producto de un largo proceso y se encuentra, podemos así decirlo, consolidada y en su etapa de madurez. Pero ya cuando se encontraba en su infancia apoyó sin reservas la expansión violenta de lo que ahora llamamos su civilización y entonces se llamaba su religión y no ha dejado de hacerlo nunca. Cuando la escasez de tierras libres de señores, impulso en el siglo XI a los guerreros bajo la orientación de la Iglesia a la conquista de nuevas tierras, se generó en occidente un movimiento de expansión guerrera que bajo la justificación del cristianismo y de la civilización no ha cesado de actuar, que ha adquirido formas diferentes y buscado distintas justificaciones y que ha hecho desaparecer pueblos enteros de la faz de la tierra o los ha esclavizado o sometido.

El proceso de constitución del monopolio de la violencia física en manos del Estado o de un grupo de Estados, que es uno de los aspectos del proceso civilizatorio que aquí estamos considerando, tiene aún una característica que es necesario señalar aquí para un mejor entendimiento de la guerra en los Balcanes. Siempre, a lo largo de todo el proceso histórico, cuando un poder central fuerte, que había conquistado un alto grado de monopolio de la violencia física, permitió la emergencia de otros centros de poder sin luchar contra ellos y sin vencerlos, se vio debilitado y a la larga favoreció el desarrollo de fuerzas centrífugas. Es lo que le sucedió recientemente a los estados soviético y yugoslavo. La lucha se convierte así en una lucha por la existencia misma de los estados y si estos no son capaces de vencer en el enfrentamiento violento, se desmembran, o se ven subordinados a la fuerza centrípeta del estado más poderoso. Éste, por su parte, no puede dejar de luchar por su supremacía física sin arriesgarse a desaparecer o a debilitarse ante las fuerzas centrífugas.

Según ésta ley, ni el grupo de estados de la OTAN ni el gobierno yugoslavo podían hacer otra cosa que la que hicieron. Desaparecido el enfrentamiento entre bloques, los USA se ven obligados a demostrar permanentemente su fuerza y su supremacía militar ante eventuales competidores, incluso ante los que hoy por hoy son sus aliados en la OTAN. Yugoslavia, o lo que quedaba de ella, no podía hacer otra cosa que la que hizo: jugar a la posibilidad de un apoyo de Rusia para evitar su desmembramiento como Estado que se produce de una manera inexorable por imperio de sus propias fuerzas internas centrífugas (resultado de ser uno de los Estados en los que el proceso de centralización civilizatoria en Europa se produjo más tardíamente) y por la necesidad de los USA y sus aliados de la OTAN de continuar presionando sobre Rusia para constituirse como poder monopólico. Lo que está aún por verse es si la Federación Rusa desaparecerá sin ofrecer resistencia militar como desapareció la URSS, si se subordinará sin lucha al poder hegemónico de los USA; o sí, por el contrario, provocará un enfrentamiento militar para defender su subsistencia.
Por de pronto, lo que parece probable es que el paso que han dado los USA y sus aliados de la OTAN para centralizar el poder militar y económico en el mundo, servirá de base a un nuevo movimiento centrífugo a partir de tres nuevos centros competidores: la Unión Europea, China y Rusia.

La configuración de este movimiento centrífugo dependerá de muchos factores y es, por lo tanto, impredecible, pero de algo podemos estar seguros: será muy difícil que se produzca un enfrentamiento entre la UE y los USA mientras no desaparezcan Rusia y China como competidores en el monopolio de la fuerza. Y ello es así por la fuerza cohesiva que tiene la civilización occidental frente a los pueblos que son visualizados como no pertenecientes a ella, como es el caso de los pueblos ruso y chino. Hasta un científico social como Carlos Marx consideró aconsejable en más de una oportunidad durante el siglo XIX una guerra de Europa contra Rusia. El pretexto que encontraba Marx para tal guerra era que Rusia era el estado más reaccionario “del mundo”, el eje sobre el que giraba la “Santa Alianza”. Después de todo Marx también era un hombre blanco occidental civilizado...

Otra demostración de la fuerza cohesiva de la civilización occidental sobre sus integrantes, la ofrece la mínima resistencia que ha encontrado en occidente la campaña aérea de la OTAN contra los eslavos, pueblo blanco pero considerado “fronterizo” con la “incivilizada” Asia por Occidente. Es interesante relacionar ésta indiferencia frente a la suerte de “los otros” con el argumento de que la campaña aérea era necesaria en éste caso, porque no se puede permitir un genocidio en Europa ¿precisamente por que ese (esos) genocidio (s) son practicados por pueblos insuficientemente civilizados como los servios, croatas, bosnios, albaneses, muchos de ellos musulmanes o de dudoso cristianismo, pero que viven en Europa a diferencia de los turcos, somalíes, chilenos, tutsis, argentinos y demás africanos o sudamericanos?

Los intentos por configurar un poder centralizado que monopolice la violencia en el ámbito mundial se han sucedido a lo largo de todo el siglo XX, pero hasta ahora las fuerzas centrífugas han demostrado tener la potencia suficiente como para impedir su consolidación.

En la posguerra y durante toda la “guerra fría” el derecho a veto en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU fue la expresión del equilibrio de fuerzas entre los estados que se disputaban el monopolio de la fuerza en el ámbito mundial. Pero la existencia misma del Consejo como órgano de la ONU también expresaba otra característica del grado de madurez alcanzado por el proceso civilizatorio: desde la constitución de “estados racional – burocráticos” – para remitirnos a un concepto ricamente determinado por Weber - una configuración de éstas características no podía ser una mera alianza de estados basada en la fuerza militar, como sucedía en los comienzos del proceso civilizatorio, para tener legitimidad tenía que ser una institución regulada por el derecho internacional. Así se ha dado una paradoja que subsiste hasta nuestros días: en el ámbito internacional los juristas han elaborado un derecho que no puede aplicarse en la mayoría de los casos por carecer del respaldo de una institución que ostente el monopolio de la fuerza. Se ha seguido el camino inverso al transitado en la creación de los diferentes derechos nacionales, en los que el proceso de centralización llevó primero al monopolio de la fuerza en las monarquías absolutas para dar lugar más tarde al surgimiento y a la vigencia en el ámbito de cada Estado de un derecho respaldado por aquel monopolio de la fuerza. Por tanto, el “derecho internacional” sólo ha podido aplicarse en aquellos casos en que los estados que se disputaban el monopolio de la fuerza en el ámbito internacional, se ponían de acuerdo para hacer prevalecer sus intereses estatales conjuntos frente a terceros países que desafiaban su hegemonía. Pero debe destacarse que, mientras se mantuvo el equilibrio de fuerzas entre los estados que se disputaban el monopolio de la fuerza en al ámbito mundial, cada uno de éstos por separado se cuidó muy bien de emprender acciones que afectaran la zona de influencia de sus competidores sin el acuerdo previo de éstos y sin la aprobación de la ONU. La “guerra del golfo” todavía se produjo en ese contexto.

La campaña aérea de la OTAN en Yugoslavia supone un cambio importante en la situación porque pone en crisis la configuración que habían creado los estados que compiten por el monopolio de la fuerza en el ámbito mundial para dirimir sus diferencias sin recurrir a la violencia directa entre ellos, configuración que – junto con la disuasión nuclear – mantuvo la paz entre tan beligerantes competidores durante más de 50 años (quizás el período de paz más prolongado que ha conocido Europa en toda su historia).

Es conveniente que dirijamos ahora nuestra atención a otra característica que se ha mantenido y se mantiene en todo éste período: el equilibrio de fuerza entre los competidores y el poder destructivo de su tecnología militar son tan importantes, que la competencia en forma de batallas más o menos abiertas se ha dado en posiciones secundarias, buscando cada uno debilitar el poder del otro o de los otros en el ámbito internacional, atacando a sus estados aliados, evitando el enfrentamiento directo que hubiera provocado la guerra y – posiblemente – la destrucción mutua.

La campaña aérea contra Yugoslavia se mantiene dentro de éste curso de acción. El objetivo no es – en realidad – otro que continuar debilitando el poder de Rusia, que hacer que sus aliados rompan con ella y se sientan atraídos por la protección y las ventajas que les ofrece el polo que demuestra más fuerza militar y económica. En síntesis: hacer desaparecer a Rusia como competidor en la lucha por el monopolio de la fuerza en el ámbito internacional. Si éste objetivo se consigue la configuración de estados que respaldan a la OTAN conseguiría el monopolio de la fuerza en el ámbito internacional, siempre y cuando - claro está – no se incrementen en su seno las fuerzas centrífugas hasta el punto de romper la configuración de fuerzas que garantizarían tal monopolio.

Los riesgos de la situación presente residen en que la campaña aérea de la OTAN ha deslegitimado aún más de lo que estaba al “derecho internacional”, ha roto los mecanismos institucionales creados en la ONU para dirimir los conflictos que al afectar a los competidores, afectaban la paz y la seguridad internacionales y ha desvirtuado el concepto mismo de “comunidad internacional” que hasta ahora se había utilizado para designar al conjunto de países miembros de la ONU y que ahora se está utilizando para designar exclusivamente a los países integrantes de la OTAN. La paz mundial descansa ahora en la incapacidad de Rusia y de China de comportarse como estados que compiten por el monopolio o contra el monopolio de la fuerza en el ámbito internacional. Pero tan incapacidad puede llevarlos a una situación desesperada, porque el monopolio de la fuerza siempre ha ido hasta ahora, indisolublemente unido al monopolio económico o a mayores ventajas en la apropiación del excedente económico producido en los diferentes estados.

Los estados han luchado desde siempre por el monopolio de la fuerza para imponer el monopolio fiscal o económico y con éste han consolidado y desarrollado aquel. La ruptura de cualquiera de ellos llevó consigo la ruptura del otro y la decadencia del estado y su sociedad en su conjunto. La ruinas de tantas civilizaciones constituyen pétreos testigos de cuántos recorrieron ese trágico camino.

La cuestión aquí es: ¿Es el capitalismo, con su modo de producción propio, la industria, el primer sistema económico y social que podrá asegurar prosperidad incluso para los vencidos? Así parecen creerlo los pueblos que hoy habitan este planeta y sus gobiernos y así parece demostrarlo el estado en que se encuentran hoy los vencidos en la segunda guerra mundial. Así parecen creerlo los dirigentes rusos y chinos.

Antes de terminar quisiera aún plantear una cuestión que si la he dejado para el final no es porque no me parezca relevante, sino porque abre otro gran interrogante para el futuro. La guerra en Yugoslavia ha demostrado que, en contexto de una configuración política determinada y, por tanto, difícilmente repetible, por primera vez en la historia es posible para un grupo de estados dominantes hacer y ganar una guerra sin arriesgarse a sufrir bajas en sus propias fuerzas militares y en su propia población civil.

Entre otros factores cuenta aquí la superioridad tecnológica, especialmente en el sector de los sistemas avanzados de telecomunicaciones que son decisivos hoy día en la guerra aérea.
Sea por lo que fuere, aquella posibilidad modificará algunos supuestos de nuestra civilización, especialmente éticos. Las nuevas tecnologías están produciendo aquí el mismo efecto general de “dualización” que producen en otros campos y que se han manifestado en el lenguaje utilizado por los informadores – propagandistas del bando de la OTAN a lo largo del conflicto. De un lado están los ciudadanos del “primer mundo”, soldados o civiles, que pueden hacer una guerra sin arriesgar bajas y del otro están “los otros”, que pueden ser exterminados con medios técnicos similares a los que hasta ahora se habían utilizado contra las plagas y las epidemias. Se ha roto la igualdad entre los seres humanos que Hobbes hizo descansar en la posibilidad que tiene cualquier ser humano de matar a otro ser humano. Así en el lenguaje de los informadores – propagandistas, la muerte por accidente de dos pilotos de la OTAN bien avanzado el conflicto, fue anunciada como “las primeras bajas en la guerra de los Balcanes” sin más; mientras que la muerte de civiles servios, eran “efectos colaterales” atribuibles a la técnica.

Es posible que el impacto de éstas nuevas tecnologías ahonde aún más el foso que separa a nuestra civilización de “los otros”, a menos que el desarrollo de otros valores de nuestra civilización logren contrarrestar aquel efecto.

Nótese que empleo la expresión “nuestra civilización”, porque pese al esfuerzo que he hecho por mantener la neutralidad valorativa en la consideración del tema que nos ocupa, sé que soy un ser determinado por la civilización a la que pertenezco, tan determinado que no he podido evitar que la misma se imponga en la elección del tema y en el modo que lo he considerado. Nadie puede escapar a las determinaciones de la civilización que lo conforma.

Notas:

[1] El sitio existe todavía, está en http://www.barrio.it. Pero no contiene ya la página “Charlas del Café del Barrio”, desaparecida por problemas con el gestor del server. Era una de las tantas formas de diálogo que se fueron sucediendo entre nosotros, argentinos dispersos por Europa, latinoamericanos, jóvenes europeos capaces de comunicarse en castellano y otros. La presente versión de esta entrada de Helios Prieto corresponde a la sucesiva, corregida y ampliada, publicada en el Rodaballo de Buenos Aires (M.A.G.).

[2]
“ En verdad, digo, el conocimiento es el alimento del alma; y hemos de cuidar, amigo mío, que el sofista no nos engañe cuando alaba lo que vende, como el mercader que al por mayor o al menudeo vende el alimento para el cuerpo; porque ellos alaban sin discriminación todas sus mercaderías, sin saber lo que es realmente beneficioso o dañino, y que tampoco saben sus clientes, con excepción de algún educador o médico que casualmente llegare a comprarles. De igual manera aquellos que pregonan las mercancías de la sabiduría recorriendo las ciudades y vendiéndolas a cualquier cliente que tenga necesidad de ellas, las alaban a todas por igual; aunque no me sorprendería ¡ oh amigo mío!, que muchos de ellos ignoren realmente su efecto sobre el alma y que sus compradores igualmente lo ignoren, a menos que el que les compra sea casualmente un médico del alma. Si, por lo tanto, tú conoces lo que es bueno o malo, puedes comprar confiadamente sabiduría a Protágoras o a cualquier otro; pero de no ser así, entonces, ¡oh amigo mío¡, detente y no arriesgues tus más queridos intereses en un juego de azar. Es una aventura mucho mayor comprar sabiduría que comprar carne y bebida…”PLATÓN, Protágoras


[3]
Éste enfoque es tributario de Norbert Elías.


domingo, 5 de abril de 2009

Argentina y las asignaturas pendientes

Hace años que, desde mi casa en Bolonia, puedo seguir cómodamente la prensa argentina gracias a Internet. Qué digo la prensa, también la radio y algo de televisión. Retomar el contacto, después de años de interrupción, me causó algunos problemas. Una de las cosas que más me intrigaba era el uso más que abundante de metáforas escolares cuando se hablaba de la economía del país. Por lo que puedo saber es una costumbre única en el mundo. Argentina tenía “asignaturas pendientes”, recibía “notas”, corría el riesgo de no pasar “los exámenes”.

Una metáfora sirve para sugerir al lector un modo de ver el mundo. La de los economistas argentinos era fuertemente infantilizante; un país menor de edad, que va a la escuela y vive las angustias propias de su edad. La autoridad son los maestros, papel que, en el contexto, era asumido a veces por el Fondo Monetario Internacional, a veces por las grandes potencias, a veces, en una visible caída de estilo, por los bolicheros de las calificadoras de riesgo.


Ahora bien; quien ve el mundo desde otro ángulo sabe que la didáctica es la última de las preocupaciones para los países hegemónicos. Cada cual piensa en sus intereses, caiga quien caiga, y el equilibrio se alcanza a través de mordiscos y gruñidos amenazadores. Un país que se presente en este ambiente como un alumno premuroso dispuesto a aceptar el juicio de una mesa de examen corre el riesgo de terminar despedazado. Cosa que casi ocurre en los hechos. Claro que en esta riña permanente hay reglas, que impiden la mutua destrucción. Pero son reglas convenidas, permanentemente renegociadas, vulneradas por quien puede hacerlo apenas puede.

Una representación más cercana a la realidad podría ser la de un juego, en la que hay actores que luchan y cooperan según las circunstancias, un juego en el que vale la fuerza, pero también la claridad estratégica, la prudencia, la audacia, la astucia, la capacidad de hacerse aliados, la habilidad para mentir si es el caso, teniendo siempre muy claros los propios intereses y los del conjunto.

¿Por qué digo esto, cuando son algunos años que Argentina cambió de registro? Porque la dichosa metáfora infantilizante sigue siendo utilizada en los medios y hasta en ensayos “serios”. La usan las cabezas sin cuerpo de los sobrevivientes neoliberales, pero también personas que se refieren a la ecología, a la seguridad y a muchos otros campos y disciplinas. Amigos poetas, ayuden por favor a economistas y sociólogos, inventen nuevas metáforas, renueven el lenguaje. En una de esas conseguimos entendernos mejor.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Cuatro derechas y ninguna izquierda. Pobre Italia!

Las ratas de la crisis mundial roen los pilares que sostienen la economía del país, la desocupación se extiende día a día, pero los italianos, hipnotizados frente a la televisión, no se dan cuenta. Viven en un mundo fantástico en el que los problemas verdaderos son los inmigrantes que invaden, los asaltantes y violadores que turban la tranquilidad (también ellos extranjeros), los writers que ensucian las paredes, los enfermos terminales que, como las mujeres de algunos años atrás, ofenden a la Iglesia pretendiendo que su cuerpo les pertenece, los empleados públicos que cobran y no trabajan, los desocupados que creen que trabajar y cobrar es un derecho. La máquina infalible de Berlusconi inventó los problemas y da las respuestas, liberando a los televidentes domesticados de su único terror: pensar.

El sistema mayoritario funciona a la perfección; el gobierno llena todos los espacios comunicacionales y la oposición calla. Las pocas veces que el centroizquierda dice algo nadie se entera, salvo que apoye a la derecha (bipartisan le dicen) o se desgarre en debates internos infinitos, esos sì publicitados por la televisión. El racismo ocupa todos los espacios libres, aturde en sistemáticas campañas de odio. Si algún televidente se pasa de rosca, sale a la calle con algunos amigos y mata un extranjero de la nacionalidad de turno (ahora le toca a los rumanos) el gobierno deplora y sigue adelante.


Sería hasta aburrido, si no fuera porque esta hegemonía aplastante no es ejercida por una sola derecha, sino por cuatro. Las jugadas, los codazos, los choques y las alianzas entre las derechas sustituyen el espacio del debate político.

El centro del espectro está ocupado por la derecha neoliberal de Berlusconi. Las ideas son las mismas de lo que fue el menemismo en Argentina, con algo de lifting per adaptarse a los tiempos. La riqueza da derechos, todos los derechos, dejando a la pobreza uno solo: soñar con el consumo, usando el rectificador de sueños que es la televisión. El partido es de propiedad del jefe, inclusive en el plano legal; èl decide quién entra y quién sale, quién sube y quién baja, qué se dice y cómo se lo dice. A su alrededor hay un estrato de ejecutores, cuyas virtudes principales son la obediencia y la fidelidad, un ejército de mayordomos. El resto es una constelación de personajes locales, cada uno con sus clientes y amigos, liberados de empeños ideológicos por la crisis de la Democracia Cristiana, del Partido Socialista de Craxi, de lo que fueron el partido Liberal y el Republicano, hasta del Partido Comunista. Obedecen al Jefe, porque si no quedan afuera, y adiós puestos prestigiosos, negocios colaterales, privilegios y chicas complacientes y arribistas proporcionadas con liberalidad por el gran corruptor nacional.

A la derecha está Alleanza Nazionale, ex-fascista y monárquica, hoy partido del Orden y del Estado fielmente votado por policías, militares y espías. AN está dirigida, con mucha oposición interna, por Fini, que multiplica los actos de desmarque del viejo fascismo. Fini sabe que Berlusconi está viejo, a pesar de sus operaciones cosméticas, y espera heredar el poder a su muerte dada la inconsistencia del partido neoliberal. Sus desmarques son operaciones de cúspide; en la base Alleanza Nazionale es todavía el partido de los fascistas que, armados con garrotes (o fierros si es el caso) agreden izquierdistas, homosexuales, extranjeros y otros indeseables. Se extiende por lo tanto, fuera del frente de gobierno, hasta la Destra Nazionale de los fascistas puros y duros.


Más a la derecha (¿o a la izquierda, o arriba, o abajo?) está la Lega Nord de Bossi, un partido engañoso cuyo único contenido claro es un racismo desenfrenado, extremo, que le valió la absorción de varios grupos naziskin y neonazis que hoy enriquecen su equipo de gobierno. Pretende ser autonomista, pero ignora las lenguas y las tradiciones locales, y se inventa identidades inexistentes. En síntesis pretende autonomizar o separar la parte más rica del país, abandonando a su destino el centro-sur italiano. Una filosofía del egoísmo, que se diferencia del berlusconismo porque la riqueza que defiende no es de clase, sino de geografía. Los verdaderos ricos lo dejan hacer, porque por el momento les conviene, y porque piensan que en cualquier momento se desembarazarán de sus locuras. Lo pensaban también los industriales alemanes de Hitler.

La cuarta derecha es transversal, tiene su baluarte en 53 parlamentarios juramentados de Forza Italia y de Alleanza Nazionale, pero controla también el centro de Casini y hasta un sector del centro-izquierda, llamado “Teo-dem”. Es la derecha católica, galvanizada por el papa alemán en el integralismo y la revancha antisocialista y antiliberal. Su actual batalla apunta al corazón de la modernidad, la autodeterminación del individuo. Después de tergiversar sobre el divorcio, el aborto y el llamado “derecho a la vida” ahora habla claro: el individuo no puede tomar decisiones sobre su cuerpo (o sea sobre sí mismo) porque es propiedad de Dios. Pero la entidad divina es demasiado inmaterial como para poder reivindicar títulos de propiedad, lo hace por él la Iglesia católica, la que a su vez cede la mercadería al Estado. Recientemente un cardenal repitió, probablemente sin saberlo, la famosa frase de Hitler: los ciudadanos pertenecen al Estado. Bastaba que agregara: con la mediación de la Iglesia.


Como soy un optimista pienso que esta pesadilla de la razón es una especie de locura temporánea, que los italianos se resisten a ver la realidad de la crisis pero que saben que se les está abriendo el terreno bajo los pies. Si es así estamos al borde, en los próximos días emergerá la consciencia de la situación real, saldrán a la calle los desocupados, los precarios, las familias que no llegan a fin de mes, los jóvenes a los que les robaron el futuro. Queda por ver la forma política que tomará la nueva realidad.

¿Y el centro izquierda? Bien, gracias. Hace un año que salió a comprar cigarrillos, y todavía no volvió.