viernes, 5 de diciembre de 2008

¿Seguro que está inseguro?

Durante el reciente gobierno de centroizquierda de Prodi Italia parecía sumergida por una oleada de crímenes sin par. “¡Seguridad!”, gritaba la clase media, “¡Seguridad!”, coreaba la oposición berlusconiana, “¡Seguridad!” clamaban los diarios, la televisión, las radios. Cayó Prodi, en gran parte por esta causa, y subió al gobierno el centro-derecha de Berlusconi. ¡Milagro! Los delitos se detuvieron de un día al otro, desaparecieron, se borraron. La población gozó de una inesperada era de paz y tranquilidad, que aún continúa.

Tengo una desgracia; soy incrédulo por naturaleza, lo que me impidió disfrutar de este paraíso italiano. Fui a ver las estadísticas que produce el ministerio de la Justicia, más precisamente la de “delitos denunciados por la policía”. Descubrí que en los últimos quince años la cantidad de delitos por año está virtualmente estancada en el país, como varias otras cosas. Entre pequeñas subas y bajas se verifica en realidad una débil tendencia al descenso. De la oleada de crímenes durante el gobierno de centro-izquierda y su milagrosa desaparición durante el sucesivo gobierno de centro-derecha no hay ningún rastro en las estadísticas. Todo siguió igual.

Salvo en el reflejo mediático de la realidad. Empiezo por los seis noticiosos televisivos más importantes (hora de la cena, aproximadamente): en la segunda semana de abril del 2008, o sea antes de las elecciones en las que venció el berlusconismo, la media de delitos presentados fue de 17; la semana pasada fue de 5 por semana. Sigo con los seis mayores periódicos nacionales. Durante la segunda semana de abril informaron en media de 32 nuevos delitos, de los cuales 21 en crónica local y 11 en información nacional. La semana pasada se habían reducido a 12, de los cuales 7 en información nacional. O sea una caída vertical a un tercio.

Esta manipulación brota del corazón de la operación periodística, que actúa como filtro entre la realidad, con sus millones de millones de eventos, y la información, con sus pocos hechos elaborados y narrados. Cada día hay en Italia 7.100 delitos denunciados, de los cuales 5.500 son robos y estafas, 17 son homicidios, 88 son por tráfico o consumo de drogas. Un noticioso televisivo o radial puede incluír como máximo dos o tres, y ya así crea un efecto de “alarma social”; un periódico puede como máximo presentar cinco o seis. Esto significa que el 99,2% de los delitos queda fuera del sistema de información. Por razones estructurales, y sin remedio; ninguna persona en su sano juicio dedicaría cada día seis-ocho horas a leerse 7.100 crónicas de delitos. Si lo hiciera conseguiría solamente sumirse en una total confusión.

Supongamos que el periodista, en parte por sus propios prejuicios, en parte por obediencia a instrucciones de la propiedad, o por simple deseo de caerle bien a una opinión que reputa en crecimiento, utiliza un criterio ideológico para filtrar las noticias. Podría seleccionar los eventos en los que los culpables son menores de edad, por ejemplo, porque el tema está de moda. O como pasó recientemente en Italia podría seleccionar todos los delitos en los que los culpables sean inmigrantes extranjeros. Es tan alto el descarte que puede hacerlo sin ninguna dificultad, casi sin darse cuenta. De esta manera la histeria se autoalimenta: el lector o televidente racista encuentra en la noticia del periodista racista (o simplemente deseoso de contentarlo) una confirmación que lo impulsa a indignarse más, lo que a su vez lleva al periodista a proporcionarle más alimento, y así en una estampida incontrolada.

Estas “oleadas” de pánico autoalimentado funcionan aunque más no sea por el solo número. El periodista encuentra que sus lectores o televidentes aprecian sus noticias criminales, obtiene más espacio y lanza más noticias de crímenes, con lo que los lectores o televidentes se convencen de que sus temores son reales, y así en círculo.

En Italia el rey mediático es, como se sabe, Berlusconi. Hay algunos príncipes, como la confederación empresaria, que controla dos o tres de los más importantes diarios, y varios duques, que representan intereses locales controlando diarios en varias ciudades. Hay también un príncipe rojo clarito, Carlo Caracciolo, que posee el único gran diario nacional de centro izquierda. En 2007 Berlusconi se encontró al borde de la ruina política: los “poderes fuertes” (o sea los duques y los príncipes) se acercaban al gobierno de centro izquierda, en busca de un poco de solcito estatal. Con desesperación y no poca muñeca consiguió dar vuelta la cosa, y coalizarse con ellos. Su fuerza de choque mediática se había vuelto irresistible; como única voz alternativa quedaba solo el príncipe rosadito, que siguió con la izquierda.

Los dueños de los medios conocían bien las ventajas del efecto “filtro”, y lo usaron. No hay que imaginar órdenes taxativas y ejércitos de periodistas que obedecen. Los que están “a la orden” son pocos, algunas decenas, aunque muy influyentes y en puestos claves. La mayoría se deja llevar por cobardía, por conformismo, por sus prejuicios ideológicos, por acomodo amoral a los gustos de sus lectores, hasta por atracción perversa hacia las noticias que chorrean sangre. Los medios, como se sabe, se gobiernan manipulando los espacios temáticos, sin intervenir necesariamente en los contenidos.

Berlusconi tenía que favorecer sus dos aliados: la Lega Nord, racista y xenófoba, y Alleanza Nazionale, post-fascista y partido del orden. La estampida de la inseguridad, tal como fue lanzada, beneficiaba ambos; a los post-fascistas porque destacaba la temática del orden, la represión, la policía y las leyes especiales; a los racistas porque seleccionaba como sujetos de la inseguridad a los inmigrantes extranjeros. La población entró entusiasta en el mecanismo; no solo votó a la derecha masivamente, también produjo la mayor oleada de agresiones racistas de los últimos años. La izquierda, después de unos días de perplejidad, hizo propia la teoría de la “percepción de la inseguridad”, según la cual no vale la estadística de delitos, sino la imagen que se hace de ella la clase media. Es así como se largó a una batalla sin esperanzas en la que el diario de centro izquierda colaboraba con entusiasmo en la difusión de crímenes, mientras los intendentes de izquierda trataban de ser más racistas que los racistas y más autoritarios que los post-fascistas. Perdiendo obviamente; nadie elije la copia cuando puede votar el original.

Lo más sorprendente es el viraje impecable después de la formación del gobierno Berlusconi. Pero también éste puede ser explicado solo en parte con la “orden de arriba”, aunque existió y fue explícita y pública. Creo que gran parte de los periodistas se cansaron de baldear sangre, y volvieron a la rutina cotidiana con alivio.

Una observación adicional: en condiciones normales, no solo permanece en la oscuridad el 99% de los delitos denunciados, sino también la enorme “zona gris” costituída por los delitos no denunciados. La mafia, la ndrángheta, la sacra corona y la camorra controlan mitad del territorio italiano, y cobran regularmente el “pizzo” (protección) a comerciantes e industriales. Son millones de transacciones delictuosas, que se vuelven noticia solo si algo va mal. Lo mismo pasa con el tráfico de drogas y de armas, la corrupción de los funcionarios públicos, las licitaciones escandalosamente trucadas, la evasión impositiva y varias otros crímenes. No son actos menos ilegales que los denunciados, entre los que se encuentra por ejemplo el simple consumo de drogas, o el ridículo vilipendio de la religión y de la bandera (hay numerosos extranjeros en la cárcel por esta razón). Pero así va el mundo en el que vivimos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

“El” zucchini y la memoria de los argentinos

Respeto mucho la nueva generación de cocineros argentinos, espero que sean ellos los que pongan el país en el nivel que corresponde a un gran productor de alimentos. Pero su memoria funciona de la misma manera contradictoria que la de casi todos los argentinos: olvidan todo o recuerdan más que nadie.
Un ejemplo es “el” zucchini, presente en una cantidad de recetas. La terminación en “i” de las palabras se usa en italiano para indicar el plural, como la “s” en castellano. Hay un artículo en singular y un sustantivo en plural. Pero la palabra “zucchina” es femenina, por lo que el artículo debería ser “le” y el sustantivo terminar en “e”, que es como se forma el plural femenino: “le zucchine”.

“Zucchina” a su vez es un diminutivo de “zucca”, que significa zapallo o calabaza. Por lo que se puede traducir simplemente como “zapallito” (en España “calabacino”). Ojo, no un tipo particular de zapallito, sino cualquiera, redondo, largo, grande, chico, de cáscara fina o gruesa, incluyendo el que produce la calabacita que, secada, se convierte en recipiente para tomar el mate, que en Italia usan para fines decorativos. Poner “zucchina” en una receta en castellano no ayuda mucho, porque puede indicar cualquier tipo de zapallo o calabaza.



Por supuesto que sé a qué se refieren los amigos cocineros: a lo que en otros tiempos se llamaba en Argentina zapallito largo. Entonces, ¿porqué no usar la propia lengua? Zapallito es el diminutivo de zapallo, como zucchina lo es de zucca; agregar “largo” para precisar la forma es lo mismo que se hace en lengua italiana, en la que se dice “lunga” por oposición a “tonda” (redonda). No hay diferencias: los zapallitos son todos Cucurbita pepo, una misma especie que produce una variedad caprichosa de formas. Somos los humanos que hemos seleccionado dos de esas formas, la esférica y la cilíndrica, para usarlas respectivamente rellenas o cortadas en rodajas.

La paradoja de todo esto es que en el territorio argentino se cultivaban, seleccionaban y comían zapallitos (redondos y largos) miles de años antes que en Italia, ya que es una hortaliza de origen americano. “Zapallo”, precisamente, viene del quechua “sapallu”.

Pero una extraña amnesia afecta a los argentinos, que vuelven a recibir desde Europa lo que se inventó aquí, y lo denominan en una lengua italiana grotesca, en un país que supo tener, un siglo atrás, muchos que hablaban y escribían en un buen italiano.

Un caso opuesto es el de los “tallarines”. Nosotros llamamos así unos fideos, generalmente frescos y al huevo, cortados en tiras delgadas y chatas. Es la pasta de una gran región del norte de Italia que comprende el Piemonte, la Lombardia, la Liguria y la Emilia, donde se consume con ricas salsas a base de carne. A diferencia de los spaghetti, era producida en familia; el ama de casa amasaba una delgada capa de pasta, y la colocaba sobre un instrumento llamado en dialecto “tajarin” (la “j” se pronuncia entre “i” y “ll”). Este era un bastidor con hilos metálicos bien tendidos, parecido a un arpa cuadrada. Con un palo de amasar apretaba la pasta contra los hilos, hasta que la masa caía debajo en forma de fideos chatos, listos para cocinar pocos minutos en agua hirviente.

Cuando llegué a Italia, hace más de treinta años, me corregían siempre: “No se dice tallarines, se dice tagliatelle”. Después supe que tajarin (que se pronuncia “tallarín”) era el nombre original, preservado en los dialectos locales, mientras que “tagliatella” era el intento primero nacionalista y después fascista, de sustituir forzadamente las lenguas dialectales. En este caso la memoria de los argentinos había preservado el viejo nombre, olvidado por los mismos italianos. Por lo tanto, amigos cocineros, digan “tallarines”, y no “tagliatelle”, como los italianos desmemoriados.




Un tercer ejemplo es el de los “spaghetti al filetto”. Filetto significa casi exactamente lo mismo que “filete” (en castellano) y “filet” (francés e inglés). Es la espiral sobresaliente del tornillo, una línea decorativa en el arte tipográfica (de la que viene nuestro “fileteado”), un juego de mesa, una banda estrecha que decora un vestido, un delgado bife de pescado, cortado de manera de excluir las espinas. En italiano significa también un corte de carne vacuna, equivalente a nuestro lomo, y por extensión el corte en fetas delgadas de cualquier cosa, desde los hongos hasta las berenjenas, desde el pavo hasta el conejo.


Por lo tanto, si se quiere ser entendido, hay que explicar “filetto” de qué cosa tiene el plato en cuestión. Si no se aclara el lector italiano entenderá que se trata de spaghetti con carne de lomo, porque es la acepción más frecuente. Pero no es esto, si no “filetto di pomodoro”, o sea filete de tomate, tomate cortado en láminas muy finas. De más está decir que el lector argentino entenderá mejor si se titula el plato “spaghetti al filete de tomate”.

¿Sirve para algo todo esto? Los argentinos tenemos un patrimonio cultural enorme y fragmentado, en el que la inmigración italiana (y española, judía, alemana, francesa y tantas otras) tiene un lugar relevante. A medida que pasan los años la memoria del evento migratorio, no elaborada ni vuelta consciente, tiende a sumirse en el olvido, a adquirir formas fantásticas o a confundirse con la mundialización en acto. Pensarla es un modo de digerirla mejor, de actualizarla, de volverla elemento vivo de nuestra cultura presente, de recortarse un espacio entre las modas y tilinguerías.

domingo, 19 de octubre de 2008

Los demonios de la crisis

Vivo fuera de la ciudad, pero visito de vez en cuando un matrimonio de jóvenes amigos en el centro de Bolonia. La casa tiene una fachada antigua, simple y elegante. Dentro los pisos son cuatro, sin ascensor, pasillos y escaleras con aire de cuartel. Mis amigos viven en el último piso, en un departamento de dos habitaciones, un baño y una cocinita diminuta, que pagan una fortuna en alquiler.

La última vez que fui me encontré de sopetón con una decena de personas en el corredor del cuarto piso. Me dio la impresión de que estaban haciendo cola para entrar al departamento del fondo. Pedí permiso a dos de ellas, con voz entrecortada después de subir la escalera, y toqué el timbre en la casa de mis amigos. Una vez adentro, apenas después de los saludos, les pregunté que hacía ahí toda esa gente. “No lo sabemos bien; entran en lo de la señora Cragnotto, una que va y viene siempre muy bien vestida y peinada, tailleur y estridentes zapatos rojos, estilo empresaria berlusconiana. Debe ser algo de finanzas, porque todos los que esperan llevan carteras llenas de papeles, y hablan de bonds, interbancario, Bce, swaps, Mibtel y demás jerga incomprensible”.

Cuando salí del departamento en el corredor esperaban todavía tres personas. Saludé con una sonrisa y le pregunté al último, un señor de una cierta edad, qué es lo que esperaban. -“Venimos a lo de la señora Cragnotto para que nos proteja las acciones y los bonos”, me contestó. Yo había supuesto que la señora era un consultor financiero, o algo así. –“¿Y de que modo los protege, si se puede saber?”. Intervino una de las mujeres que estaban más adelante: “Las pone sobre el escritorio, las mira fijo y les pasa las manos por arriba. Dice Uolestrí, Nasdacca, Ni Key, Mibbtel, Dax, Eftiesi y Caccuaranta. Después quedan protegidos”. –“¿Protegidos contra qué cosa? –“¿Y contra qué va a ser? Contra la crisis, ¿no?”

-“¿Pero usted cree en estas cosas?”. –“Si le creí al que me vendió estos papeles puedo también creerle a la señora, ¿no? No nos cobra nada; bueno, nada ahora. Si las acciones recuperan más del diez por ciento le pagamos su comisión, como es lógico, porque la protección funcionó. Y si siguen cayendo no le debemos nada. Es una persona honesta”.

Tuve que convenir que lo era. Aunque pensé que iban a hacer falta muchas brujas para aprisionar estos demonios con nombres tan feos.

martes, 9 de septiembre de 2008

La imposible importancia de llamarse García

Buscar el propio apellido en Google es una de las formas modernas del narcisismo. Con un resultado fantástico para quien tiene como apellido García: 22 millones de páginas seleccionadas, en las que diminutas fracciones de la propia vida aparecen encastonadas en millones de fragmentos de otras vidas, formando un mosaico demasiado grande como para poderlo contemplar. El de los García es un narcisismo imposible. Se tome una multitud, se la corte en pequeños pedacitos, y se componga el todo en el mayor desorden. El resultado de la operación será lo que el García ve en el espejo del web.

A no perderse de ánimo, que los García tenemos también nosotros nombre y apellido. Si se busca “Miguel Angel García” (con las comillas, porque si no salen millones de Miguelángeles) vienen apenas 110.000 páginas. Aquí estoy de buenas, tres de las cuatro primeras páginas citadas me pertenecen. Hay una breve reflexión sobre la vida y el humo de cigarro que publiqué hace unos años en mi blog “Tabaco”. Pero la página no es de mi blog, sino del sitio “Pipa Ergo Sum”, que la reprodujo. Vaya uno a saber; puede ser simplemente que el sitio sea más popular que mi blog. En segunda posición está el viejo sitio “Barrio”, que armé para la asociación de migrantes argentinos de Bolonia hace al menos quince años. Sigue una referencia a un homónimo español, probablemente periodista, que por un error del server aparece en griego. Y en cuarta posición otra página mía, el cuento hipertextual “Border Line”. Esto me alegra, quiero mucho ese cuento, que fue mi primera experiencia narrativa. En los últimos años fue subiendo lentamente de posición, hasta la que ahora ocupa, desde los fondos indistintos de los millares de señalaciones.

Es un alivio que haya desaparecido de los primeros lugares la breve biografía que me hicieron los de MediaMente (RAI, televisión estatal italiana). Tiene algunos errores, y está completamente desactualizada, pero sus autores se niegan a modificarla, a pesar de mis mails de protesta. Cosas de la Internet. Cayeron en cambio hacia los ignorados bajofondos de la lista algunas otras páginas que me gustaban, como todas las de mi trabajo como sociólogo de la inmigración. Qué se le va a hacer.

Lo que sigue es extraordinario. En cuanto Miguel Angel García puedo ser Alcalde de Ávila, experto de informática y motoquero, presidente de la ACIAA en Asturias (¿qué será la ACIAA?), médico anestesista, escritor gaditano, profesor en la universidad de Jaén (ciudad que supongo conservará los olivos que le atribuía Miguel Hernández), rockero asturiano, joven ingeniero electrónico (hay foto), abogado laboralista mexicano, estudiante en Barcelona, trotamundo frustrado en Navarra, político conservador en Nuevo León, México, dentista en Palencia, España. Este último tiene sin duda un gran sentido del humor. Participa en un estudio dentístico en el que los tres titulares se llaman García, y dos de ellos Miguel Angel García. Felicitaciones, tocayos. Puedo ser también empresario, futbolista, alpinista, pensador salvadoreño muerto hace ya tiempo, fotógrafo, químico, novelista, sismólogo, asesor de empresas, actor, procurador en Cuenca. Desgraciadamente puedo estar también en el sur de México, condenado a seis años de prisión por la violación de una joven maya, que no todo lo garcía es bueno.

En la homonimia hay un pliegue alarmante. ¿Quién me dice que el Miguel Angel García abogado no es también político conservador, futbolista y poeta, y que no haya sido detenido en el sur de México por los tristes hechos mencionados? Los fragmentos del espejo-google pueden corresponder a los fragmentos de personalidad de los que estamos hechas todas las personas. Después de todo vale para mí mismo: en mi vida post-web he sido, simultánea o sucesivamente, experto en programas de desarrollo, ensayista, director de una revista de exilados, escritor, desarrollador de sitios web, presidente de una cooperativa de inmigrantes, sociólogo especializado en inmigración, docente de escritura creativa. Cada una de esas actividades ha dejado rastros en la Internet. Esto si me limito a la esfera de lo que convencionalmente llamamos “trabajo”, porque fuera de ella se reflejan en el web algunos de mis amores y entusiasmos, como el tango, el collage computer aided, la buena cocina o la lectura. Es posible que también los otros miguelangelgarcías presenten personalidades múltiples, y que su número real sea menor. ¿Pero cómo hacer para identificar los pedazos que corresponden a un garcía singular? ¿Cómo evitar que se produzcan otras combinaciones, generando garcías virtuales?

Está bien, hice trampa, porque no consideré el segundo apellido que los españoles y los mexicanos, aunque raramente los argentinos, utilizan para evitar la mezcla de pedacitos de persona. La razón es un trauma sufrido en la infancia. Era el primer día de clase en la escuela de mi ciudad argentina, y la maestra trataba de relacionar su lista de nombres con esos rostros que tenía delante. “A ver... ¡García!”, dijo, y nos levantamos tres. “García Miguel Angel”, aclaró, y quedamos parados yo y otro chico, prieto en el doble significado de la palabra. “Dije García Miguel Angel”, insistió la maestra, y nosotros dos en pie, mirándonos. “A ver usted”, dijo dirigiéndose a mí. “Cuál es el apellido de su madre”. “Martínez”, le respondí. “¿Y la de tu madre?”, agregó con un dejo triunfal mirando el otro chico. “Martínez”, contestó él. Hubo un largo silencio, y la maestra afirmó irritada que en adelante nos habría llamado García uno y García dos. A mí me tocaba el dos. Por suerte al tercer recreo ya nos llamaban con apodos, “Gallego” a mí y “Negro” a él. En poco tiempo hasta las maestras se enteraron, y en el mundo volvió el orden.

Volví a buscar en Google, esta vez como “Miguel Angel García Martínez”, y me salieron 878, entre los cuales, por suerte, no estoy yo. Con “Gallego García” me salieron 58 mil, pero se trataba del apellido Gallego, y no de mi viejo apodo de niño. Probé con “Negro García” y me salieron 3.600. También él tiene sus problemas...

Por supuesto hace años que vivo en Italia, donde me disputan el apellido solo algunas prestigiosas familias de judíos sefarditas, que lo escriben sin embargo con “z”, y dos o tres otros de origen latinoamericano. Nos conocemos casi todos. Ninguno de ellos se llama Miguel Angel.