martes, 9 de septiembre de 2008

La imposible importancia de llamarse García

Buscar el propio apellido en Google es una de las formas modernas del narcisismo. Con un resultado fantástico para quien tiene como apellido García: 22 millones de páginas seleccionadas, en las que diminutas fracciones de la propia vida aparecen encastonadas en millones de fragmentos de otras vidas, formando un mosaico demasiado grande como para poderlo contemplar. El de los García es un narcisismo imposible. Se tome una multitud, se la corte en pequeños pedacitos, y se componga el todo en el mayor desorden. El resultado de la operación será lo que el García ve en el espejo del web.

A no perderse de ánimo, que los García tenemos también nosotros nombre y apellido. Si se busca “Miguel Angel García” (con las comillas, porque si no salen millones de Miguelángeles) vienen apenas 110.000 páginas. Aquí estoy de buenas, tres de las cuatro primeras páginas citadas me pertenecen. Hay una breve reflexión sobre la vida y el humo de cigarro que publiqué hace unos años en mi blog “Tabaco”. Pero la página no es de mi blog, sino del sitio “Pipa Ergo Sum”, que la reprodujo. Vaya uno a saber; puede ser simplemente que el sitio sea más popular que mi blog. En segunda posición está el viejo sitio “Barrio”, que armé para la asociación de migrantes argentinos de Bolonia hace al menos quince años. Sigue una referencia a un homónimo español, probablemente periodista, que por un error del server aparece en griego. Y en cuarta posición otra página mía, el cuento hipertextual “Border Line”. Esto me alegra, quiero mucho ese cuento, que fue mi primera experiencia narrativa. En los últimos años fue subiendo lentamente de posición, hasta la que ahora ocupa, desde los fondos indistintos de los millares de señalaciones.

Es un alivio que haya desaparecido de los primeros lugares la breve biografía que me hicieron los de MediaMente (RAI, televisión estatal italiana). Tiene algunos errores, y está completamente desactualizada, pero sus autores se niegan a modificarla, a pesar de mis mails de protesta. Cosas de la Internet. Cayeron en cambio hacia los ignorados bajofondos de la lista algunas otras páginas que me gustaban, como todas las de mi trabajo como sociólogo de la inmigración. Qué se le va a hacer.

Lo que sigue es extraordinario. En cuanto Miguel Angel García puedo ser Alcalde de Ávila, experto de informática y motoquero, presidente de la ACIAA en Asturias (¿qué será la ACIAA?), médico anestesista, escritor gaditano, profesor en la universidad de Jaén (ciudad que supongo conservará los olivos que le atribuía Miguel Hernández), rockero asturiano, joven ingeniero electrónico (hay foto), abogado laboralista mexicano, estudiante en Barcelona, trotamundo frustrado en Navarra, político conservador en Nuevo León, México, dentista en Palencia, España. Este último tiene sin duda un gran sentido del humor. Participa en un estudio dentístico en el que los tres titulares se llaman García, y dos de ellos Miguel Angel García. Felicitaciones, tocayos. Puedo ser también empresario, futbolista, alpinista, pensador salvadoreño muerto hace ya tiempo, fotógrafo, químico, novelista, sismólogo, asesor de empresas, actor, procurador en Cuenca. Desgraciadamente puedo estar también en el sur de México, condenado a seis años de prisión por la violación de una joven maya, que no todo lo garcía es bueno.

En la homonimia hay un pliegue alarmante. ¿Quién me dice que el Miguel Angel García abogado no es también político conservador, futbolista y poeta, y que no haya sido detenido en el sur de México por los tristes hechos mencionados? Los fragmentos del espejo-google pueden corresponder a los fragmentos de personalidad de los que estamos hechas todas las personas. Después de todo vale para mí mismo: en mi vida post-web he sido, simultánea o sucesivamente, experto en programas de desarrollo, ensayista, director de una revista de exilados, escritor, desarrollador de sitios web, presidente de una cooperativa de inmigrantes, sociólogo especializado en inmigración, docente de escritura creativa. Cada una de esas actividades ha dejado rastros en la Internet. Esto si me limito a la esfera de lo que convencionalmente llamamos “trabajo”, porque fuera de ella se reflejan en el web algunos de mis amores y entusiasmos, como el tango, el collage computer aided, la buena cocina o la lectura. Es posible que también los otros miguelangelgarcías presenten personalidades múltiples, y que su número real sea menor. ¿Pero cómo hacer para identificar los pedazos que corresponden a un garcía singular? ¿Cómo evitar que se produzcan otras combinaciones, generando garcías virtuales?

Está bien, hice trampa, porque no consideré el segundo apellido que los españoles y los mexicanos, aunque raramente los argentinos, utilizan para evitar la mezcla de pedacitos de persona. La razón es un trauma sufrido en la infancia. Era el primer día de clase en la escuela de mi ciudad argentina, y la maestra trataba de relacionar su lista de nombres con esos rostros que tenía delante. “A ver... ¡García!”, dijo, y nos levantamos tres. “García Miguel Angel”, aclaró, y quedamos parados yo y otro chico, prieto en el doble significado de la palabra. “Dije García Miguel Angel”, insistió la maestra, y nosotros dos en pie, mirándonos. “A ver usted”, dijo dirigiéndose a mí. “Cuál es el apellido de su madre”. “Martínez”, le respondí. “¿Y la de tu madre?”, agregó con un dejo triunfal mirando el otro chico. “Martínez”, contestó él. Hubo un largo silencio, y la maestra afirmó irritada que en adelante nos habría llamado García uno y García dos. A mí me tocaba el dos. Por suerte al tercer recreo ya nos llamaban con apodos, “Gallego” a mí y “Negro” a él. En poco tiempo hasta las maestras se enteraron, y en el mundo volvió el orden.

Volví a buscar en Google, esta vez como “Miguel Angel García Martínez”, y me salieron 878, entre los cuales, por suerte, no estoy yo. Con “Gallego García” me salieron 58 mil, pero se trataba del apellido Gallego, y no de mi viejo apodo de niño. Probé con “Negro García” y me salieron 3.600. También él tiene sus problemas...

Por supuesto hace años que vivo en Italia, donde me disputan el apellido solo algunas prestigiosas familias de judíos sefarditas, que lo escriben sin embargo con “z”, y dos o tres otros de origen latinoamericano. Nos conocemos casi todos. Ninguno de ellos se llama Miguel Angel.